jueves, 29 de diciembre de 2011

Me gustan las calles cuando están vacías.


Me gustan, por su silencio, por todo lo que no dicen que a la vez dice demasiado. Me gustan porque invitan a pensar, a sentirse en soledad.
Me gusta vagar por ellas, en las mañanas de domingo, en las noches, en las madrugadas, cuando no hay nadie. Mientras todos duermen.
Me gusta sentirlas, seguir pensando. Y aunque en soledad y a veces desánimo, termina por animarme. 
Los pensamientos vienen y van, algunos se quedan otros se esparcen. Pienso que quizás no sea tan triste ser una solitaria; pienso que en el fondo, me gusta, terminará por gustarme del todo.
Pienso, sigo pensando. Quiero soñar, he de soñar sola, he de volar, he de ayudar, seguir haciéndolo pese a seguir quedándome sola.
Nunca antes había examinado y aprendido a apreciar tanto estar a solas conmigo misma. Tal vez, no era el momento. Ahora puedo verlo distinto, ahora puedo sentirlo, saborearlo; aprender a aprovecharlo.
Me gustan las calles cuando están vacías, pasear con las manos en los bolsillos, no parar de caminar, el viento en la cara, el murmullo del silencio.
Me gustan las calles cuando están vacías, la luna, las estrellas.
La noche acaba de empezar; mi día sigue sin terminar. Volveré de nuevo, marcharé de nuevo. Subiendo y bajando, yendo y volviendo. A veces bien, a veces mal. A veces, nada.
Me gustan las calles cuando están vacías, me gusta pasear en silencio, me gusta respirar.
La inspiración se va, es demasiado temprano para pensar demasiado, para sentir demasiado.
¿Soñaré esta noche? Quién sabe...

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